TANYA RHODES
Llegué hasta ese viejo cuarto donde había sobrevivido los últimos años, incluso pasé mis dedos por el agujero de la puerta, donde esos asquerosos ojos me veían cada noche. Ya no sentía ese miedo que me invadía y me paralizaba. Por el contrario, sentía rabia, porque ahora era capaz de enfrentarlo con más valentía que la niña de catorce.
—He mantenido el cuarto limpio y ordenado —dijo mi madre entrando con cautela—. Por si un día volvías.
—No creo volver jamás. No a este cuarto —respondí sin intentar ser grosera, solo sincera.
Ella agachó la mirada con tristeza, sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no dejó caer ninguna. Era notorio que la terapia le había hecho poner en perspectiva todo y ahora se arrepentía, pero… ya no importaba. La había buscado tanto. Seguí suplicando su amor, y en cada oportunidad que tuvo me humilló, me rompió lo suficiente para saber que, por mucho que cambiara, yo ya no sería su hija la que buscaba migajas de su amor. Su pena ya no afectaba ni c