TANYA RHODES
Me quedé sentada, mientras el tic tac del reloj se hacía cada vez más inquisitivo. Viggo permanecía con ese rostro serio, frío, era imposible saber qué era lo que estaba pensando, mientras que, del otro lado de la mesa, Noah pegaba con su dedo índice sobre la madera, al ritmo del reloj, impasible.
—Eres la mujer más extraña que he conocido… —dijo por fin rompiendo el silencio. Clavando sus ojos azules en mi rostro. No pude sostenerle la mirada—. Te presentas de noche, empapada, intoxicada, pidiendo trabajo sin preparación, sin estudios, sin experiencia, sin saber ni siquiera de qué va todo esto.
»Y ahora, con un «curriculum» escueto y sin siquiera firmar ningún contrato, ni haber empezado a trabajar en verdad, ¿nos estás pidiendo 35 mil dólares? —Bufó antes de intentar sonreír, pero su actitud era más de indignación.
—Mi mamá y mi hermana están en peligro —supliqué con voz rota y los ojos llenos de lágrimas que se rehusaban a caer—. Mi mamá tiene preeclampsia, puede mori