TANYA RHODES
—Quiero escucharte decir que lo entiendes y que vas a ser una niña obediente —exigió con voz firme y me sonrojé aún más.
—Lo entiendo y seré obediente —contesté casi sin voz, luchando por no morderme los labios. «Seré obediente en lo que sea que me pidas», pensé mientras intentaba ignorar el calor entre mis piernas. ¡Este hombre me ponía muy mal!
—Buena chica —contestó dándome una palmadita en la mano antes de soltarla por fin. Se alejó empujando su silla de ruedas y justo antes de internarse en el pasillo que llevaba a su despacho, ese que nunca debía visitar, se detuvo y me vio por el rabillo del ojo—. Te espero en mi habitación a las diez en punto. Recue