96. No Cambiar Nada
[SOFÍA]
Al día siguiente:
La luz de la mañana se filtra entre las cortinas, bañando la habitación con un dorado suave que acaricia nuestra piel. Francesco duerme a mi lado, su brazo rodeándome con esa calidez que siempre me hace sentir segura, como si el mundo entero pudiera desvanecerse y aún así nada nos afectara.
Me quedo un momento contemplándolo: su cabello ligeramente desordenado, la mandíbula relajada, los labios entreabiertos en un gesto inocente que contrasta con la pasión de la noche anterior. Todavía siento el eco de sus palabras sobre el bebé, la certeza de que juntos podemos construir algo más allá de nosotros mismos, algo tangible y eterno.
Su respiración me acompaña, y me acerco despacio, apoyando mi frente contra su pecho. Escucho el latido de su corazón y me dejo envolver por esa calma intensa que solo él me provoca.
—Buenos días, amore —susurro, apenas moviendo los labios—.
—Buongiorno… —responde él, todavía adormilado—. ¿Dormiste bien?
Asiento, y me dejo abrazar, pe