[SOFÍA]
El rugido de los motores vuelve a instalarse en mi pecho incluso antes de que el semáforo se apague. Es curioso cómo el cuerpo aprende a reconocer ciertos sonidos como advertencias. Este no es peligro. No es miedo. Es regreso. Regreso al mundo real: a los horarios estrictos, a las miradas curiosas, a los flashes que no preguntan si una está lista.
La escapada a la Toscana ya empieza a sentirse como un sueño hermoso, de esos que se recuerdan primero con el cuerpo y recién después con la memoria. Pero hoy estamos aquí. Otra vez en un paddock. Otra vez con la adrenalina vibrando en el aire caliente del desierto.
Y, aun así, todo es distinto.
Bahréin despierta bajo un cielo limpio, sin nubes, con ese sol que no da tregua ni siquiera temprano. El asfalto ya empieza a irradiar calor, como si el circuito se preparara para la batalla desde antes que nosotros. A lo lejos, las tribunas brillan y el trazado se dibuja entre arena y acero.
Camino junto a Francesco por el pit lane. Él avanz