95. No Esperar Más
[SOFÍA]
No hay nada más silencioso que la felicidad cuando es real. Esa que no necesita palabras, ni testigos, ni ruido. Esa que se siente como una calma cálida en el pecho, una certeza suave de que todo —absolutamente todo— valió la pena.
Todavía tengo los ojos húmedos y las mejillas encendidas por todo lo que pasó hace apenas un momento. La cena, las luces doradas del restaurante, el murmullo lejano del mar y la voz temblorosa de Francesco cuando se arrodilló frente a mí con el anillo en las manos.
No recuerdo haber respirado en ese momento. Solo vi sus ojos. Y cuando los vi, supe que no había nada más que buscar.
El anillo brilla ahora en mi mano bajo la luz tenue de la habitación. Es simple, elegante, con un destello que parece respirar junto conmigo. Pero más allá del brillo, lo que pesa es el significado. Cada vez que lo miro, recuerdo todo lo que nos costó llegar hasta aquí: las carreras, las miradas a escondidas, los silencios compartidos en medio del ruido de los motores, el