5. LA VERDAD

[SOFIA]

El coche se detiene frente al hotel y el silencio es mí mejor aliado en este momento. La puerta se abre, y Francesco baja primero. Yo lo sigo, ya no hay cámaras, ya no hay luces. Solo la brisa tibia de la madrugada y el sonido lejano del tráfico de una ciudad que nunca termina de dormir.

El trayecto hasta el ascensor es lento, silencioso. Y aún así, la tensión entre nosotros se siente más densa que todo el ruido del mundo.

No hablamos. No hay nada que decir que no suene falso, o peligroso.

El beso sigue latiendo en mi mente. En mis labios. Ese beso que no se supone que se sintiese así.

Entramos al ascensor. Estamos solos. Los espejos reflejan nuestras versiones “perfectas”: la pareja ideal, la imagen que todos querían ver, pero lo que siento dentro no tiene nada de perfecto.

Tengo ganas de hablar. Pero no sé por dónde empezar, porque si abro la boca, tendría que decirle la verdad. Que esta idea, este plan, no fue mío al principio. Que fue la escudería la que se me acercó, semanas atrás, cuando los titulares empezaron a hablar más de escándalos que de tiempos de vuelta.

“Él te escucha, confía en ti. Si alguien puede ayudar a controlar la narrativa, eres tú.” Así me lo dijeron, y yo acepté. Por él. Por su carrera. Por todo lo que ha trabajado. Por lo que significa para mí… aunque me empeñe en negarlo.

Pero nunca se lo dije. Y ahora, él cree que esto fue una decisión mutua. Una estrategia compartida, cree que estamos juntos en esto.

Y yo me estoy hundiendo en una mentira que, con cada día que pasa, se parece más a la verdad.

El ascensor llega a nuestro piso. Caminamos por el pasillo alfombrado hasta las habitaciones. La suya está a la izquierda, la mía, al fondo.

Nos detenemos frente a su puerta.

Se gira hacia mí. Sus ojos verdes buscan los míos. No hay sonrisas esta vez. Solo preguntas sin hacer.

Podría decirle “buenas noches”. Podría fingir una frase ligera. Una broma. Algo que nos salve de este momento, pero me quedo en silencio. Porque si hablo, la voz me va a temblar. Porque si lo miro un segundo más, voy a caer del todo.

Él asiente apenas, como si entendiera que algo está mal, o que algo simplemente está cambiando.

Abre la puerta, entra, y la cierra con suavidad.

Yo me quedo allí, quieta, unos segundos más.

El corazón me late fuerte. No por el beso, no solo por eso. Sino porque sé que esto no fue solo una actuación para salvar su carrera. Fue una línea que yo crucé mucho antes que él.

Y ahora, no sé cómo retroceder sin romperlo todo.

Cierro la puerta de mi habitación con un clic suave. Y me quedo ahí, unos segundos, apoyada contra la madera, respirando como si acabara de correr una carrera que no entrené para correr.

El silencio me golpea más fuerte que los flashes. Más fuerte que su mirada. Más fuerte que ese beso que aún me arde en la boca.

Camino hasta el borde de la cama, me deshago de los tacones y me dejo caer, con el vestido aún puesto, con el maquillaje aún intacto, como si quitármelo todo fuera igual a aceptar que esto se volvió real.

Y no puedo. No todavía.

No fue solo un beso. No para mí. Y aunque no lo quiera admitir, tampoco lo fue para él.

Me cubro el rostro con las manos.

¿Cómo llegamos a esto?

Él cree que esto fue una estrategia compartida. Una decisión que tomamos juntos, un acuerdo limpio, pero la verdad es mucho más sucia. La idea fue de ellos. La escudería. Su equipo. Los hombres que dicen apoyarlo, pero que solo vieron una crisis de imagen y buscaron cómo taparla. Y me usaron a mí.

Porque soy la persona que siempre está ahí. La que él escucha. La que entiende sus silencios. La que conoce cada maldito milímetro de su auto… y también de su forma de ser.

Y la peor parte es que acepté sin poner resistencia.

No por la escudería. Ni por la reputación del equipo. Lo hice por él.

Porque verlo hundirse fue más difícil que cualquier carrera. Porque cuando vi que lo estaban dejando solo, supe que yo no podía hacerlo también.

Pero ahora… ¿qué soy?

¿Su amiga? ¿Su cómplice? ¿Una mentira que se va volviendo verdad?

Lo miro diferente, lo sé. Desde hace tiempo. Mucho antes del escándalo. Mucho antes de que esto empezara.

Desde esa vez en Fórmula 2, cuando se bajó del coche con las manos sangrando por apretar el volante y aun así me sonrió como si todo valiera la pena. Desde entonces, algo en mí se quebró. O despertó. Y yo me pasé años negándolo. Escondiéndome detrás de la ingeniería, los datos, los planos. Fingiendo que él era solo mi piloto. Y no la razón por la que me quedaba hasta tarde en el box, incluso cuando ya no hacía falta.

Ahora, me pregunto si estoy ayudándolo… o traicionándolo.

Porque él no sabe que esto empezó como una orden. Y yo no sé cuánto tiempo más podré mirar a sus ojos sin contarle.

Me siento sucia. Culpable. Enamorada. Y no puedo decir nada de eso en voz alta.

Apago la luz.

Me recuesto boca arriba.

Y me obligo a no pensar en lo que sentiría si Francesco supiera la verdad. Porque lo que más miedo me da no es que me odie. Es que no lo haga porque ese significaría que no existo para él.

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