[SOFÍA]

Al día siguiente: 30 de enero

El amanecer entra como un susurro. Una luz rosada, ilumina la habitación todavía tibia por la noche que compartimos. El fuego de la chimenea se ha apagado, pero el aroma a madera quemada sigue suspendido en el aire.

El silencio es profundo. No vacío… sino lleno. Lleno de lo que hicimos. De lo que sentimos. De lo que por fin podemos vivir juntos.

Abro los ojos lentamente y lo primero que veo es a él.

Francesco está a mi lado, apoyado sobre un codo, mirándome como si tuviera miedo de parpadear y perderme. Su cabello está despeinado, su piel cálida, sus ojos más suaves que nunca.

—Buongiorno… —susurra, rozando mis labios con los suyos.

Sonrío sin poder evitarlo. Me estiro un poco y siento un tirón dulce en todo el cuerpo. Recuerdo sus manos, su boca, su voz diciéndome mi nombre como si fuera un rezo.

—¿Dormiste? —pregunto.

—No mucho —dice con una media sonrisa—. Tenía miedo de despertar y que todo hubiera sido un sueño.

Me río, suave.

—Fue real, Fran