128. SIN ESCUDOS
[SOFÍA]
22 de enero
El amanecer llega despacio, filtrándose por las cortinas como un suspiro dorado. El viento sopla con fuerza allá afuera, golpeando las ventanas, pero aquí dentro el silencio tiene otro peso. El aire huele a café recién hecho, a madera quemada, a esa mezcla cálida que huele a hogar.
El fuego de anoche —de nuestros cuerpos, nuestras palabras, de ese reencuentro tan esperado— dejó un eco suave en la habitación: sábanas revueltas, respiraciones calmas y la certeza de que el amor, cuando sobrevive al dolor, se vuelve algo distinto. Más profundo.
Abro los ojos y tardo unos segundos en ubicarme. La cuna al lado de la cama, la manta de lana, el leve sonido del mar allá afuera. Tiziano duerme tranquilo, con los labios entreabiertos y una manito cerrada sobre el pecho. Mi pequeño. Nuestro pequeño.
Y entonces lo escucho.
—Buongiorno, amore.
Su voz. Esa voz que todavía tiene la capacidad de ponerme la piel de gallina.
Francesco está en la puerta, sosteniendo dos tazas de café.