Adán García.
Sigo sorprendiéndome. Vaya que lo hago. Eva no deja de sacudir mis cimientos con cada palabra, cada gesto, cada mirada desafiante que pronuncia su alma.
Su discurso en la última junta aún retumba en mi cabeza. La vi erguirse como una fiera, con temple de acero, una empresaria de élite que no permite ser pisoteada por nadie. Y no dejo de preguntarme, con una punzada en el pecho: ¿es esa mujer verdaderamente mi Eva? ¿La misma que compartió conmigo tres años de matrimonio?
No. La Eva que yo conocí era distinta. Una joven dócil, de ternura infinita, de mirada suave y distante, de brazos dispuestos a dar amor, aunque rara vez recibía lo mismo. Una mujer que pedía a gritos ser amada… y a quien yo, idiota, no supe corresponder.
Pero la mujer que vi ayer… esa mujer me desconcierta y me arde por dentro. Cambió. Se transformó. Y mientras más la observo, más me consumo en celos, en arrepentimiento, en un deseo febril de que la vida me permita volver atrás, a ese punto donde todavía