—No debes sentir nada, Eva —susurra, acariciando con suavidad mi cabello—. Opa está con mi madre, y ambos están fascinados con el pequeño Niklaus.
—¿Eso es bueno? —pregunto despacio, temiendo la respuesta del alemán—. Tu padre… Kuno… ellos no quieren…
—No me importa. Aun si todos estuviesen en desacuerdo conmigo, no me importaría, Eva. Quiero estar contigo y con el bebé —responde, estrechándome entre sus brazos—. Te amo.
Esas dos palabras me sacuden por completo.
Escucharlas por primera vez de alguien que no es mi abuelo resulta extraño… y hermoso. Siempre he oído “no” antes de un “te amo”, pero esta vez no. Esta vez suenan limpias, plenas, directas al corazón.
—Nikolaus… —intento responder, pero mi voz se quiebra.
—Tranquila, Eva. Sé que hemos retrocedido un poco, pero me esforzaré por ganarme todo tu amor y reparar tu corazón —me dice con firmeza.
En ese momento, su abuelo aparece y toma asiento frente a nosotros. Su sonrisa serena y su mirada apacible disipan mis reservas. Me tiende