Eva Davies
Horas antes.
Apenas Adán sale de la habitación, un dolor punzante atraviesa mi abdomen bajo como una cuchillada. Me doblo sobre mí misma y aprieto las sábanas con fuerza, pero el malestar no cede; al contrario, crece de forma alarmante. Nikolaus, que está sentado junto a mí, se incorpora de inmediato al notar mi expresión.
—¿Eva? —su voz suena alerta, cargada de tensión.
Intento responderle, pero entonces siento algo húmedo y caliente entre mis piernas. Mi corazón se detiene por un segundo. Con manos temblorosas, trato de incorporarme para comprobarlo, y entonces lo veo: sangre.
—Nik… —lo llamo, mi voz es apenas un hilo quebrado por el pánico.
Él se da la vuelta de inmediato, sus ojos azules se clavan en los míos y en un instante cruza la habitación, tomándome con cuidado, pero con firmeza en sus brazos. Me deposita de nuevo en la cama, presiona la alarma de emergencia que está detrás de la camilla y en segundos la habitación se llena de médicos y enfermeras.
Todo sucede ta