—¡Suéltame, suéltame, suéltame! —grité y me senté sobre la cama de hospital.
Abrí los ojos y el alemán me observa preocupado mientras se acerca velozmente a mí.
—¿Estás bien? ¿Te duele algo? —preguntó mirándome—. Llamaré al doctor.
—¿Adán estuvo aquí? —pregunté—. Mientras te fuiste.
—No, Eva, no estuvo. —siguió preocupado y con el semblante serio—. ¿Qué pasa? —preguntó sentándose a mi lado y tomando mi mano con las suyas.
—Tuve una pesadilla. —terminé diciendo—. Adán descubría que le mentí y que no había perdido a mi bebé y quería obligarme a… dios, no me quería dejar ir. Fue tan real. —respondí sollozando.
El alem