La noche transcurre en calma, aunque mi corazón no encuentra descanso. Adán no pide más explicaciones, y, aunque sé que no es correcto mentirle de esta manera, estoy convencida de que jamás habría sido feliz sabiendo que llevo en mi vientre un hijo suyo. Tampoco mi bebé lo sería, creciendo con la certeza dolorosa de ser siempre el último en la lista de prioridades de su padre.
—¿Cómo te sientes? —pregunta Nikolaus apenas abro los ojos al despertar. No se ha apartado de mi lado en toda la noche, y la culpa se me clava en el pecho como una espina.
—Estoy bien. —respondo con una sonrisa débil, fingida—. Un poco cansada. Marie no ha dejado de rezar, pero al fin aceptó que… que ya no estoy embarazada. Me siento mal mintiéndole, y peor aún por tenerte aquí, sin permitirte descansar.
Él sonríe con esa serenidad suya que me envuelve como un refugio en medio de la tormenta. Su mirada, profunda y apacible, parece leerme el alma.
—Sabíamos que sería difícil, Eva —dice con voz suave, casi un susur