En ocasiones, Scott se queda por las noches. Sé cuánto le preocupa Marie, sobre todo desde la muerte del abuelo… una herida que todos llevamos aún abierta.
Mi vista comienza a nublarse; los contornos de la habitación se desdibujan hasta que apenas puedo distinguir una silueta apresurándose hacia mí. Alcancé a ver a Marie… y después, la oscuridad me envuelve.
Cuando por fin recupero la conciencia, la luz blanca y fría del hospital me recibe. El primer detalle que percibo es el tacto cálido de una mano sujetando la mía.
—¿Marie? —musito, parpadeando hasta enfocar bien el rostro. Pero mi sorpresa es inmediata. No es Marie. Ni Scott.
Es Nikolaus.
¿No debía estar en Alemania?
—¿Estás bien? —su voz suena grave, cargada de tensión mientras se pone de pie junto a la camilla—. Tranquila… ¿quieres agua?
Asiento apenas. Mi garganta está seca. Él me ayuda con delicadeza, y solo entonces noto la sombra de preocupación en sus ojos; parece sinceramente afectado.
—¿Qué hora es? —pregunto con un hilo d