Eva Davies.

Lo veo levantarse de la cama y me cubro instintivamente con las sábanas, como si su mirada pudiera desnudarme aún más de lo que ya lo hizo. Vuelve en cuestión de minutos con una jarra llena de agua y un vaso.

Sonrío tímida… todavía no me acostumbro a esa naturalidad con la que se mueve tras amarme, como si todo fuese parte de un mismo acto: hacerme el amor y después cuidarme.

Me sirve un vaso y lo bebo con rapidez, intentando apagar la sed que me dejó su cuerpo.

—Gracias… —susurro, y mi voz tiembla apenas.

Él asiente, sin necesidad de más palabras. Deja el vaso en la mesa de noche y vuelve a la cama, arrastrándome consigo hasta su pecho. Me acomoda entre sus brazos como si mi lugar en el mundo estuviera escrito allí, justo contra el latido firme de su corazón.

—Dime qué sucede, Eva. —su voz ronca me envuelve. Alzo los ojos y me pierdo en su mirada.

—Me alegra estar contigo. —confieso, con una sonrisa que nace sola.

—Y yo de que aceptes estar conmigo. —me estrecha con fuer