Adán García.
La incertidumbre me domina en cuestión de horas, aunque me esfuerzo en no ser evidente. He planeado más de una cosa antes de volver a París. No sé qué encontraré, ni si en verdad se trata de Eva, la mujer a quien el detective privado ha hallado, pero hay algo seguro para mí: si es ella, debo pedirle perdón por cómo la traté durante nuestros tres años de matrimonio. Necesito confesarle que no hay un solo día en que no piense en ella… o en el bebé que perdimos.
Regreso a casa en busca de mi maleta y la encuentro. Victoria está en la habitación, rodeada de velas encendidas y pétalos de rosas esparcidos en el suelo.
—¿Qué es esto? —pregunto con dureza.
—Hoy cumplimos otro año de casados, Adán —dice con una sonrisa ensayada—. Creí que podríamos comenzar de nuevo, dejar atrás lo que ha sucedido.
Se levanta de la cama, vestida con lencería, y se acerca. Sus manos rozan mis hombros y deposita un beso cerca de mi clavícula.
—¿Debo recordarte que acepté este matrimonio por la presi