Un encuentro con mi enemigo.

Tres años después:

Con tanta valentía y fuerza —una que ni ella misma sabía de dónde provenía—, Aitana estudió diligentemente, con noches enteras sin dormir, con lágrimas contenidas y con una determinación que rozaba la locura. 

Y así se convirtió en una gran cirujano cardiovascular, no por ambición ni reconocimiento, sino con un único propósito: operar a su hija, aquella bebé que era su luz, su razón para seguir respirando, la única que no pudieron arrebatarle.

Esa pequeña que Aitana tuvo que criar a escondidas para que su padre y su maliciosa hermana no supieran de su existencia, sufría una grave enfermedad del corazón.

Con la ayuda de Marisa, la antigua sirvienta de la familia —que con el tiempo se convirtió en su confidente, su hermana del alma y la madrina de la bebé—, lograron mantenerla lejos de esa casa infestada de víboras.

Sin embargo, Isaura, como siempre, no tardó en copiarla. Estudió lo mismo, creyendo que el afán de Aitana por ser cirujano era solo para ganarse el derecho a manejar el hospital de su padre. Pero Aitana no se molestaba. No tenía tiempo para pequeñeces.

 Solo seguía adelante, firme, enfocada en mejorar cada día, en no fallar cuando llegara el momento de salvar a su única luz.

Aquel día, como de costumbre, fue a visitar a su pequeña de tan solo tres años. En cuanto la niña la vio cruzar el umbral de la modesta casita, corrió con torpeza infantil y con los brazos abiertos, riendo entre balbuceos.

—¡Mamá! —murmuró con su vocecita dulce, apenas entendible.

Aitana la abrazó con fuerza, como si ese pequeño cuerpo pudiera disipar todas las sombras del mundo. 

Adoró la suavidad de su piel, ese olor inconfundible a bebé que se le impregnaba en el alma. Era su instante más feliz del día. Aunque trabajara veinte horas seguidas, ver a Anny era su milagro diario, su fuente de vida.

 Todo el cansancio se le evaporaba con una sonrisa.

La pequeña la besó con torpeza, dejándole un gran círculo de baba en la mejilla. Aitana soltó una carcajada, sincera y cristalina, porque hasta eso le parecía tierno.

—Hola, señorita Aitana, pensé que hoy no vendría a ver a nuestra pequeña Anny —dijo Marisa, entrando al salón con un tetero lleno de leche con fresalina, el sabor favorito de la niña.

—Hola, Mari —respondió Aitana fingiendo reproche—, te he dicho mil veces que no me llames señorita. Somos amigas, llevamos años siéndolo.

Marisa alzó una mano, sonriendo.

—Disculpa, Aitana, es que la costumbre a veces me gana.

Ambas rieron con complicidad, con esa risa que solo comparten quienes han sobrevivido juntas al miedo.

—Ya he programado la cirugía de Anny. Será dentro de un mes y medio—dijo Aitana de pronto—. En cuanto mi pequeña esté fuera de peligro, dejaré a la familia Fonseca y nos iremos a California. Las tres vamos a empezar desde cero… sin escondernos jamás.

Marisa sonrió, aunque una sombra cruzó su rostro. Antes no habría aceptado esa propuesta, pero ahora que amaba a Anny como a su propia vida, ya no era capaz de decir que no.

—Bien, Aitana… —respondió suavemente—. Anny y yo estaremos felices. Pero sabes que tener que venir a escondidas de tu padre es muy peligroso. Muchas veces temo que se entere de la existencia de Anny… y venga a quitárnosla para llevarla a un orfanato como a su hermanito.

Aitana bajó la mirada, apretando los labios.

—Lo mismo me pasa —confesó con un hilo de voz—. Pero sabes que si hubiera tenido los recursos económicos para operar a Anny, no habría soportado tanto junto a ese hombre desgraciado y sus dos arpías. Por mi cuenta no habría podido estudiar, ni conseguir un hospital que me diera los medios para lograr mi capacitación. Sabes que pagar a otro cirujano, con mis escasos recursos… sería imposible.

Suspiró, temblándole apenas la voz.

—Pero ya falta poco. Solo espero que a mi pequeño Alex le esté yendo bien —añadió con una mezcla de fe y agotamiento.

Marisa, conmovida, le pasó una mano por el hombro, apretando suavemente, como quien promete en silencio que estará allí, hasta el final.

—Yo lo sé más que nadie y, tampoco te preocupes, de seguro el hermanito de Anny debe estar viviendo bien; tengo una fuerte corazonada de que ese niño fue acogido por una familia que le brinda mucho amor, y como planeamos vamos a trabajar duro para pagar un investigador que busque de él.

Aitana asintió, derrumbada. Lo único que sabía de su otro bebé, el mellizo de Anny, era que era varón y tenía una marca de nacimiento muy común, parecida a la que poseía Anny; nada más. 

Ni siquiera lo había comprobado ella personalmente, fue Marisa quien lo afirmó.

Sentía, sin embargo, que con solo esas dos pistas no era posible encontrarlo: como médico especializado en atender niños, Aitana había identificado esas mismas cualidades en tres pequeños distintos; en resumen, encontrar a su bebé era como buscar una aguja en medio de un pajar.

—Hoy es día de compras y vamos a pasear a esta pequeña por el centro comercial, ¿qué te parece?

Marisa asintió emocionada, ya que los días de cobro de Aitana eran sus favoritos, el único momento en que comían fuera o se permitían un helado.

En el centro comercial, con Anny en brazos, Aitana se acercó a la heladería y pidió el sabor favorito de la niña. Pero al girarse para volver a su mesa, se quedó de piedra al encontrarse frente a frente con Jax, su enemigo, aquel con quién se había acostado y al que había evitado por más de tres años.

Él sujetaba de la mano a un niño de la misma edad de Anny. Tan pequeño, tan hermoso, que Aitana, por más que lo intentó, no pudo dejar de mirarlo.

El niño le dedicó una sonrisa que la hizo suspirar. 

Anny, inquieta, tiraba de Aitana como queriendo bajar y alcanzar al niño; parecía atraída por él con esa curiosidad pura de los tres años. Pero Aitana, al encontrar la mirada fiera de Jax, apretó instintivamente a la pequeña contra su pecho.

Jax, como siempre, la fulminó con odio.

 Ella creía que, además de ese rencor, él la encontraba repugnante por su sobrepeso; en la sociedad en la que vivían, Aitana era considerada “gorda” y desde niña había sufrido bullying por ello.

Nerviosa, con el corazón latiéndole en la garganta, intentó pasar de largo, pero Jax la atrapó por el antebrazo izquierdo y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo.

Sintió que Jax lo había descubierto todo; y si también descubría que Anny era su hija, se la quitaría sin pensarlo, solo para hacerla sufrir.

Jax la miró con frialdad y dijo, amenazante como siempre: —Si continúas viendo a mi hijo con esos ojos asquerosos, te los arrancaré.

Aitana apartó la mirada, temblando como una hoja de papel.

—Libérame —pidió tartamudeante, sintiendo el calor abrasador de sus dedos sobre su piel. El contacto la paralizó.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP