Maldita sea, déjame operarlo.

—¡Si a mi hijo le pasa algo, te mato! —le escupió, apretando más y más.

Aitana soltó un gemido ahogado, aferrándose a su brazo, sintiendo el dolor clavarse como fuego, pero aun así, aun con el aire escapando de sus pulmones, la parte médica de ella se impuso, gritándole internamente que tenía que salvar a ese niño.

A ese niño enfermo.

Ese niño inocente.

Ese niño que aún tenía una oportunidad…

A diferencia del suyo.

«Ese niño es medio hermano de mi hija, aunque nunca lo sabrán, lo haré en nombre de Anny. Lo salvaré», pensó momentáneamente.

—Puedo corregir esa mala praxis —dijo Aitana, con la voz apenas audible por la presión en su garganta.

Eso solo encendió más la furia de Jax.

El agarre en su cuello se volvió brutal, casi desesperado, como si quisiera triturarle la tráquea con las manos.

—¡No hallas qué excusa buscar para salvarte! —rugió, escupiéndole las palabras—. ¡Quieres huir! ¡No te dejaré!

Su rostro estaba a centímetros del de ella, tan cerca que el aliento caliente y rabioso
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