Jazmín se reclinó en la silla y permaneció sentada, frente al ataúd de Teresa. Allí estaban las dos solas, juntas como siempre, en medio de aquel frío y lúgubre salón.
Pensaba en lo que haría de ahora en adelante con su vida. Debía encontrar un empleo y seguir estudiando y así, cumplir la promesa que le había hecho a su abuela.
Las horas pasaban con lentitud mientras su corazón latía con rapidez, contrario a la manecillas de su reloj de pulsera. Es de acotar, que aparentemente el corazón y el tiempo, parecen ir a destiempo.
Cuando por fin logró cerrar los ojos, escuchó el murmullo de voces, llanto y pasos apresurados. Despertó sobresaltada, con el corazón latiendo fuerte. Miró la hora en su reloj, ya había amanecido. Desde su asiento observó el desfile de personas vestidas de negro caminando lentamente, algunas con los rostros ocultos tras pañuelos empapados de lágrimas, otras aferradas al brazo de sus parejas buscando consuelo.
Aquella escena de tristeza compartida, la hizo s