Jane entró al apartamento azotando la puerta con furia. La llamada inesperada de su madre había terminado por encender la chispa que le faltaba para estallar.
Ethan había llegado al colmo: había echado a su propia madre de la casa. Aún era su esposa, se repetía. Todavía tenía derechos en ese lugar.
Tenía que encontrar la forma de deshacerse de esa niñera lo antes posible.
—¡Vaya, veo que vienes de mal humor! —comentó Hassan, sin moverse del sofá, acomodando los pies con desdén sobre los cojines.
—No empieces, Hassan —espetó Jane, cerrando los ojos con frustración.— ¡Te he dicho mil veces que no pongas los pies sobre el sofá!
Él se incorporó de golpe. En un segundo la sujetó por ambos brazos, sacudiéndola con fuerza.
—¿Así me agradeces lo que hago por ti, eh? —gruñó, apretando más.
—¡Suéltame! —exigió ella, forcejeando para liberarse.
Hassan la miró fijamente, su respiración agitada.
—Escúchame bien, Jane. Estoy empezando a hartarme de ti. Y no tienes idea de lo cruel que pued