Luego de una intensa jornada de trabajo, Ethan llegó a la mansión. Subió las escaleras y fue directamente hasta su habitación. Se desvistió, se duchó y se dejó caer por unos minutos en la cama. Aún se sentía exhausto, no tenía ganas de pensar, ni siquiera ánimos de evaluar a la nueva niñera; prefería confiar en la buena elección de su asistente.
Descansó por unos cuantos minutos hasta que tomó fuerzas para levantarse de la cama e ir a ver a su pequeño. Empujó la puerta de la habitación con suavidad, encontrando a la niñera sentada en el sillón, tarareando una canción conocida, mientras el pequeño Oliver se quedaba dormido en su cuna.
Ethan admiró el gesto tierno de la niñera y se llenó de emoción al recordar que aquella era la misma canción que su abuela, Mary Ann, le cantaba hasta hacerlo dormir. Una sonrisa leve y fugaz se dibujó en su rostro. Exhaló un suspiro y entró a la habitación.
La chica se levantó del sillón al verlo.
—Señor Whote —susurró.
—Buenas noches, seño