—¡Ay, papi, te veo distinto!
—Mari, ¿qué cosas dices?
—¡De verdad, papi!, como más rozagante, contento y guapetón que de costumbre.
Contener la carcajada resultó imposible. Mi muy observadora niña, siempre ha sido capaz de percibir cosas, inclusive a través de la pantalla, como aquel día. Aunque me hizo reír, tuve que fingir una calma de la cual carecía por completo y todo gracias al temor de que ella me descubriera.
En realidad, yo seguía sin creerlo. El pensamiento cruzó mi mente en el peor momento, provocándome un ardor en el rostro que intenté camuflar rascándome la barba, pero no resultó.
—Papi, estás todo rojo, ¿qué me ocultas?
Negué en silencio con una sonrisa. Ella abrió mucho los ojos, me tocó ladear la cabeza, sin comprender, porque comenzó a aplaudir, emocionada. Acabé boquiabierto con lo que dijo.
—¡Ay, papi, sales con alguien! Estoy segura, no quise decir nada antes, pero se te nota más contento.
—No-no, mi ni-niña, ¿qué co-cosas dices?
—¡No te hagas de rogar! Papi, cué