—No-no, Ke-kevin, lo siento…
Su voz sonó nerviosa y me costó comprender lo que dijo hasta verlo escapar a toda velocidad. Huyó a las escaleras sin decir algo más, me dejó solo y con la excitación a flor de piel. Suspiré, resignado, es que estaba demasiado caliente. Agarré un cojín del sofá y lo metí en mi boca para ahogar un grito de frustración. «¡Me dejó con las ganas a mil, ¿cómo pudo?! Eso me enoja».
Hice berrinche un rato sobre el sofá hasta alcanzar algo de calma, pero en lugar de largarme, decidí seguirlo. La segunda planta era igual de impresionante que el piso de abajo: suelo revestido de madera pulida, blancas paredes con techos a desniveles, varias puertas macizas de un tono caoba oscuro, difícil saber tras cuál se encontraba él. Un nuevo suspiro de frustración se me escapó. Revisé una a una, por suerte, la tercera fue la vencida.
A pesar de que ya eran casi las siete de la mañana, la habitación de Omar lucía bastante oscura, las persianas cerradas mitigaban la luz exteri