—¡Aaaaaah! —gritó Ricky como lunático en cuanto ingresó al dormitorio.
Extrañado, observé a mi mejor amigo desde la cama donde hablaba tontería y media con Omar por el celular. Desde su partida, solíamos chatear o hacer videollamadas seguidas. De hecho, unos días antes, durante la mañana navideña, intentaba reponerme de la resaca del veinticuatro. Como Rico me abandonó para pasarla con su novio, asistí a la superfiesta en Murano, la constructora de Lio. No esperé ver a Cory allí, creí que tendría algún otro plan. Sin embargo, ese desgraciado me ignoró de manera abismal, se paseaba por todas partes con una sonrisa, saludó a todo el mundo, accedió a fotografías, habló con quién sea, siempre y cuando, esa persona no fuese yo. Incluso noté en el rostro inexpresivo de Caci