Christopher observó a su familia con solemnidad, ajustó sus lentes y tomó las hojas con manos firmes. Los presentes, tensos, contenían la respiración.
—¡Padre, dilo ya! —exigió Eloise, impaciente—. No nos hagas esperar más.
—Como bien saben —comenzó Christopher con calma—, mi testamento ha sido modificado. Hay una nueva cláusula.
Manuel hizo rechinar sus dientes y clavó una mirada arrogante en su abuelo.
—¿Para qué tanto drama? Todos saben que yo seré el heredero y el próximo CEO. ¿O acaso nos reuniste solo para confirmarlo?
Christopher negó con la cabeza y repartió copias del documento. Aunque todos recibirían una parte equitativa, la mayor fortuna quedaba sujeta a una condición inesperada.
—¡Esto es ridículo! —estalló Manuel—. ¿Por qué Maximiliano aparece aquí? ¡Él no es de la familia!
Maximiliano, indiferente, echó un vistazo al papel y suspiró.
—No quiero involucrarme, Christopher. Cede mi parte a Manuel y terminemos esto.
—El primero de ustedes dos que forme una familia legítima se convertirá en mi albacea —declaró Christopher con firmeza—. El médico me ha dado tres años de vida, y considero justo darles las mismas oportunidades.
Manuel destrozó el documento y lo arrojó al suelo.
—¡No competiré con nadie! ¡Madison y yo nos casamos en dos semanas!
—Manuel—interrumpió Christopher, levantándose—, Madison canceló la boda. Su madre falleció. ¿Pretendes hacerme creer que no lo sabías?
Eloise y Mérida intercambiaron miradas, mientras la madre de Manuel se ponía de pie, furiosa.
—¿Qué hiciste? —exigió saber.
Manuel se encogió de hombros.
—Me pilló con otra mujer. Pero volverá rogando, como siempre.
—¡Eres un idiota! —gritó Mérida, acercándose—. ¡Ahora Maximiliano podría quedarse con todo!
Maximiliano, aburrido, cruzó los brazos.
—Me retiro —anunció, pero Manuel lo detuvo con un puñetazo en el rostro.
—¡No te quedarás con nada! ¡Madison será mi esposa, y la herencia será mía!
Maximiliano se limpió el labio sangrante y sonrió con desdén.
—Guárdate tu dinero. Ni tú ni tu familia me interesan.
Christopher alzó la voz, imponiendo silencio.
—¡Basta! El matrimonio debe ser por amor, no por conveniencia. ¡Y yo me daré cuenta si es falso!
Maximiliano miró a su padre con intensidad antes de girarse hacia la salida.
—Cuídate —murmuró.
—¡Te arruinaré, maldito! —vociferó Manuel.
Con una mueca irónica, Maximiliano abandonó la mansión. Las amenazas de su sobrino le importaban poco, pero la curiosidad lo llevó a investigar a Madison.
En la limusina, ordenó a Sullivan cambiar de rumbo. Minutos después, llegó al cementerio, donde Madison, sola y vulnerable, velaba a su madre.
Rubia, menuda y con una belleza frágil, Madison levantó la vista al notar su presencia. Su amiga Megan no pudo ocultar su asombro.
—¿Quién es ese hombre? —susurró—. Parece salido de un sueño.
Madison, desconcertada, lo observó acercarse con pasos seguros.
—Buenas tardes, Madison —saludó él con voz grave—. Soy Maximiliano Ferrer. Vengo a proponerle un trato.
Ella palideció al reconocer el apellido.
—¿Qué clase de trato? —preguntó, sintiendo un escalofrío.
Maximiliano extendió su mano, mientras una pregunta ardía en la mente de Madison:
¿Quién es este hombre? ¿Y por que tiene el mismo apellido de Manuel?