Un matrimonio por venganza con el tio de mi ex
Un matrimonio por venganza con el tio de mi ex
Por: LauraC
Aceptando el destino.

Era una mañana preciosa, y en esa reconocida boutique, las mejores diseñadoras preparaban los mejores vestidos para los matrimonios más prestantes en la ciudad.

Madison caminaba entre los elegantes pasillos, sus dedos rozaban las telas más finas mientras su corazón latía con emoción. Este era el día que tanto había esperado: elegiría el vestido que llevaría el día de su boda.

Hacía dos años que había conocido a Manuel Ferrer, su prometido, el gran amor de su vida: un hombre millonario, excéntrico, atractivo y, sobre todo, apasionado. Un suspiro escapó de sus labios al imaginarse caminando del brazo de él hacia el altar.

—¡Perfecto, señorita Fiorency! Su vestido está listo. ¿Quiere probárselo? —La voz de la vendedora la sacó de su ensueño.

La mujer sostenía un vestido impresionante: lentejuelas que brillaban como estrellas, una cola majestuosa y un escote en forma de corazón que parecía hecho para ella. Madison lo abrazó contra su pecho, incapaz de contener su emoción.

—¡Claro que sí! Es lo que más he esperado. Voy al vestidor.

Mientras se dirigía hacia allí, su teléfono comenzó a vibrar insistentemente en su bolso. Lo ignoró, demasiado absorta en el momento, pero el sonido no cesó. Frunció el ceño, dejó el vestido con cuidado sobre el perchero y respondió.

—¿Hola?

—Señorita Madison Fiorency —una voz desconocida resonó al otro lado—. Le habla Romina, del Hospital Central de Rockefeller. Lamento mucho informarle… su madre ha fallecido. ¿Podría venir lo antes posible?

El mundo se detuvo. El aire le faltó. El vestido, los planes, la felicidad… todo se desvaneció ante sus ojos. Un vacío doloroso se apoderó de su estómago mientras se dejaba caer en una silla.

El teléfono volvió a su bolso. Su siguiente llamada fue para Manuel.

«Contesta, por favor…»

Pero no hubo respuesta.

Con el corazón en pedazos y las lágrimas ahogándola, abandonó la boutique y condujo como una loca hacia el departamento que compartían. Necesitaba su abrazo, su consuelo.

—Señora Madison, ¿adónde va? —El portero, José, intentó detenerla.

—¡Al apartamento de Manuel! ¿Está allí?

El hombre palideció.

—Sí… bueno, no, es que…

No esperó a escuchar más. Subió en el ascensor, sus lágrimas le nublaban la vista. Al llegar, sacó las llaves, pero una extraña intuición la detuvo.

Desde el otro lado de la puerta, se escuchaban gemidos.

Un nudo de horror se formó en su garganta. Abrió lentamente y avanzó hacia la habitación principal, donde una voz femenina jadeaba.

—¡No pares, Manuel! ¡Eres increíble!

Madison se detuvo en seco. A través de la rendija de la puerta, vio a una mujer rubia montando a su prometido, ambos perdidos en un éxtasis que nunca le había dedicado a ella.

—Cuando me case con Madison y tenga la herencia, nos iremos juntos, mi amor —murmuró Manuel entre gemidos.

—¿Por qué no puedo ser yo tu esposa? —preguntó la rubia con ansia.

—Mi familia nunca aceptaría una mujer de otros estatus social —respondió él con desdén—. Pero te quiero igual. Ahora muévete…

Madison no pudo más. Con un empujón violento, abrió la puerta.

—¡Maldito traidor!

La escena se congeló. La rubia se cubrió con las sábanas, mientras Manuel la miraba, más enfadado que arrepentido.

—¿Qué haces aquí? —rugió.

—¡Vivimos juntos, imbécil! —gritó Madison, lanzándose contra él, golpeándole el pecho—. ¡Después de todo lo que hice por ti!

Manuel la apartó con violencia, y antes de que pudiera reaccionar, sacó una maleta y comenzó a arrojar sus cosas dentro.

—Lárgate de aquí.

—¡Vendí mi departamento para pagar nuestra boda! —gritó ella, desesperada.

—No me importa. Eres una carga. No te amo.

Las palabras la atravesaron como cuchillos.

Con el corazón destrozado y el rostro empapado, agarró su maleta y salió, dejando atrás la vida que creía perfecta.

***

Hudson Yards, Mansión Ferrer

Mientras tanto, en la opulenta mansión de los Ferrer, la familia se reunía para la lectura del testamento de Christopher, el patriarca. Todos estaban presentes… excepto Manuel, que llegó tarde, arrogante y desafiante.

—¿Qué hace este mafioso aquí? —espetó al ver a Maximiliano, su tío, sentado junto a su abuelo.

—Empresario, sobrino —replicó Maximiliano con calma—. Algo que tú nunca serás.

Christopher alzó la mano.

—Basta. —Sacó los documentos y los colocó sobre la mesa—. Cambié mi testamento. Y ahora, Maximiliano también forma parte de este.

Manuel palideció.

—¿Qué?

—Siéntate —ordenó el abuelo—. Tenemos mucho que hablar.

Y mientras Madison lloraba en las escaleras del edificio, sin saber adónde ir, la fortuna que Manuel tanto ansiaba comenzaba a escapársele de las manos.

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