Madison apretó mi mano mientras íbamos de camino al despacho, su tacto era suave y tibio.
No necesite más de cinco minutos para que mi amigo se hinchara como si fuese a explotar.
—Madison preciosa, te deseo tanto.
Abrí la puerta del despacho, y ella me empujó hacia adentro, cerró la puerta con un fuerte golpe a sus espaldas, y me miró fijamente.
—¿Me deseas, esposo?
—¡Oh si! Madison , claro que sí, te deseo como desde el primer día que vi tu cuerpo menudo, batallando por huir aquella noche.
Madison no dejaba de mirarme, sus ojos estaban ardiendo, se mordía los labios con intensidad.
Bajó una tiranta de su blusa y dejó uno de sus senos al descubierto, luego bajó la otra y los dejo completamente descubiertos.
La blusa cayó al piso, y su vientre que ya no estaba tan plano quedó al desnudo, solamente su pantalón de algodón cubría su parte inferior.
Me acerqué a ella lentamente, aunque cojeaba, mis pasos eran firmes y sabían a la perfección mi destino, mi amada y seductora esposa, la mi