Algo interesante.

Madison, desconcertada por las palabras del hombre, negó con un gesto y dirigió la mirada hacia el féretro de su madre, donde el dolor se anudaba en su garganta.

—No sé quién es usted —su voz tembló mientras una lágrima escapaba—, y hoy me importa menos. Estoy enterrando a mi madre. ¿Qué demonios hace aquí?

Maximiliano bajó la cabeza, fingiendo remordimiento.

—Lamento su dolor, pero lo que traigo… le interesaría.

Megan apretó el brazo de Madison, quien permanecía paralizada. El apellido del intruso resonaba como una herida abierta: Ferrer. El mismo de Manuel, su ex prometido. ¿Acaso lo enviaba él, tras destrozarle el corazón?

—Váyase —espetó Madison, volviéndose hacia el ataúd—. Esto es sagrado.

Maximiliano carraspeó, imponiendo su presencia.

—Le espero en la limusina. Un café, una propuesta… y créame, no podrá rechazarla.

—¿Quién se cree? —murmuró Madison, sintiendo el cementerio violado.

El hombre partió sin emoción. Frío, calculador, incapaz de retener a ninguna mujer más allá de una noche. Pero hoy no buscaba placer: era venganza. Manuel le había declarado la guerra, y él respondería con la pieza más dolorosa: su ex.

Horas después, el funeral terminó.

Megan y Madison avanzaban por el sendero cuando la limusina negra las interceptó.

—¡Dios mío! —chilló Megan—. ¡Sigue aquí!

—No es momento —gruñó Madison, pero Megan la detuvo con un susurro urgente:

—Mi padre me obliga a desalojarte. No tengo trabajo, tú tampoco…

Madison tragó saliva. Solo le quedaban los ahorros de su departamento, vendido porque Manuel la convenció de renunciar a todo… hasta que lo pilló en la cama con otra.

—Iré a un hotel —murmuró, pero al pasar junto a la limusina, la ventana se abrió.

—Suban. Las llevo —ordenó Maximiliano.

Megan aceptó antes de que Madison pudiera negarse. El interior, opulento, olía a cuero y whisky. Maximiliano sirvió una copa.

—Lo siento, Madison —mintió, brindando—. ¿Un trago?

Megan aceptó; Madison rechazó con un gesto seco.

—Soy el tío de Manuel —soltó él, cortando el silencio.

Ex prometido —corrigió ella, los nudillos blancos—. ¿Vino a defenderlo?

—Al contrario. Mi padre nos exige casarnos para heredar. Manuel cree que volverá contigo… pero yo ofrezco algo mejor.

Madison lo escrutó.

—Cásate conmigo. Tres años. Fingiremos amor frente a la familia. Cien mil mensuales, más lo que pidas.

Megan escupió el licor. —¿Está loco?

—Es venganza pura —susurró Maximiliano—. Verá sufrir al que la traicionó.

Madison sintió el veneno de la tentación. ¿Aceptar? ¿Humillar a Manuel como él la humilló?

—No es una trampa —añadió él—. Solo negocios.

Al bajar, Madison ignoró sus mensajes… hasta que, días después, la noticia en televisión la desgarró: «Manuel Ferrer se compromete con la modelo Avril Anderson».

Lloró hasta quedarse vacía. Entonces abrió su laptop y respondió el correo:

«ACEPTO EL CONTRATO, ESPERO DETALLES».

En su mansión, Maximiliano sonrió al leerlo… justo cuando su guardaespaldas irrumpió:

—Señor, los Feldman robaron un cargamento.

La copa se estrelló contra el suelo.

—Encuéntrenlos —rugió, sacando sus guantes de cuero—. Esto no queda así.

Sin embargo, él sabía que la venganza empezaba… y Madison, sin saberlo, era ahora un peón en su juego.

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