Capítulo 13. Entre libros y canastas
La primavera llegó a Boston como una promesa cumplida: tímida al principio, con brotes verdes asomando entre la nieve derretida, luego más audaz, hasta que los cerezos del campus estallaron en nubes rosadas y el aire se volvió cálido, casi indulgente. Fue en ese umbral entre el invierno y la renovación que la amistad de Patricia y Robert floreció, no con estruendo, sino con la quietud de las raíces que se entrelazan bajo tierra.
Todo comenzó con un ensayo.
Robert la encontró una tarde en la cafetería, con el ceño fruncido y un libro de ética bajo el brazo.
—Necesito ayuda —dijo, sin preámbulos—. Tengo que entregar un trabajo sobre justicia distributiva y no entiendo ni la mitad de lo que dice Rawls.
Patricia, sorprendida, lo miró por encima del hombro.
—¿Tú? ¿El que cita a Marco Aurelio en la cafetería?
—Leer no es lo mismo que escribir —respondió él, con una sonrisa torcida—. Y menos cuando el profesor exige “análisis crítico con fundamentación filosófica”.
Ella sonrió. Fue una risa