Samara, ajena a la tormenta que desataba, movió los dedos hacia Leonela en un saludo desdeñoso, como si estuviera espantando un insecto.
—¿Y no vas a presentarme a tu… amiguita? —preguntó, su tono cargado de desdén, sus ojos evaluando a Leonela como si fuera una curiosidad pasajera.
El vestíbulo del hotel relucía bajo la luz de las lámparas de araña, pero el aire estaba cargado de una tensión que parecía a punto de estallar. Leonela, con el rostro encendido, dio un paso adelante, su voz cortando como un látigo.
—¿Por qué la agresión? —preguntó, sus ojos brillando con desafío mientras encaraba a Samara.
Samara ladeó la cabeza, su sonrisa torciéndose en algo cruel. Sus ojos, grises y fríos como el acero, recorrieron a Leonela de arriba abajo con un desprecio calculado.
—Enrique solo trabaja —dijo, su tono goteando veneno—. No es el tipo de hombre que sienta cabeza. Y mucho menos con alguien como tú.
Samara hizo una pausa, dejando que el insulto se asentara.
Leonela sintió el golpe, pero