Enrique no respondió, su mirada esquivando la de ella por un instante. El silencio entre ellos se volvió denso, cargado de preguntas no pronunciadas. Leonela, sintiendo el cambio en el aire, dio un paso hacia él, su mano deteniéndose antes de que alcanzara la puerta.
—Enrique —dijo, su voz suave pero firme, sus ojos buscando los de él en la penumbra de la cocina—. No es que no me guste el anillo que me diste. Es solo que… significa tanto el que está en la piscina. Era lo único que me dejó mi madre, y cuando Cassandra lo tiró, sentí que perdía una parte de mí.
Enrique, con el corazón en un puño, la miró con una intensidad que amenazaba con deshacerlo. Quiso decirle la verdad, que su vida estaba tejida de secretos que podían destruirlos. Pero en cambio, esbozó una sonrisa, su voz firme a pesar de la tormenta en su interior.
—Lo recuperarás, Leonela —dijo, con una certeza que resonó como una promesa—. No importa lo que Cassandra intente. No dejaré que te arrebaten nada más.
Leonela lo mir