Leonela lo miró con desprecio, sus labios temblando de rabia contenida.
—Da igual —espetó, su voz afilada como un cristal roto—. Solo di que te aprovechaste de mí.
Enrique frunció el ceño, desconcertado.
—¿Aprovecharme? —Su voz era un murmullo incrédulo, herido. Nunca habían cruzado esa línea, nunca habían compartido más que promesas y roces cargados de anhelo—. Leonela, yo…
El zumbido de su teléfono lo interrumpió. Una llamada entrante iluminó la pantalla. Leonela soltó una risa amarga, sus ojos brillando con sarcasmo.
—Adelante, contesta —dijo, cruzándose de brazos—. Seguro es tu novia.
Enrique negó con la cabeza, su rostro tenso.
—No me estás escuchando —el teléfono vibró de nuevo, insistente, pero él alzó la voz, desesperado—. Leonela, yo…
Ella lo cortó, señalando el aparato con un gesto burlón.
—No, contesta. Vamos, no te detengas por mí.
Enrique suspiró, derrotado, y respondió la llamada.
—Abuelo, ahora no puedo —dijo, su tono cortante.
Pero la voz al otro lado no era la de Alfon