Capítulo 8
El colchón comenzó a crujir bajo sus brincos, los resortes gritando en protesta.

—¡Oh, Enrique, sí! ¡Dámelo todo! —gritó, su voz un torbellino de exageración y diversión, cada palabra cargada de un desafío juguetón.

Enrique, conteniendo una carcajada, se unió al frenesí, golpeando la cabecera con fuerza.

—¡Yeah, nena, justo así! ¡Oh, sí! —rugió, sus ruidos tan absurdos que rozaban lo teatral, pero tan vivos que encendían el aire.

Afuera, Isadora, pegada a la puerta como una conspiradora, abrió los ojos hasta que parecieron salirse. ¡Dios santo, son bestias!, pensó, su mano temblando mientras marcaba a Cassandra, el celular casi resbalándosele.

—¿Tienes pruebas de que mienten? —espetó Cassandra.

—Todo lo contrario —susurró Isadora, acercando el teléfono a la puerta—. Escuche esto.

Los gritos resonaban, un crescendo de pasión fingida.

—¡Enrique, más! ¡Dámelo todo! —gritaba Leonela, su risa apenas contenida.

—¡Sí, nena, oh, yeah! —respondía Enrique, golpeando la cama con un ritmo frenétic
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