Capítulo 24
El salón del hotel, bañado en la luz dorada del ocaso, era un santuario de mármol donde las promesas rotas y las verdades a medio desenterrar colgaban en el aire como polvo suspendido. Leonela, junto a Enrique, sentía el anillo como una armadura oxidada, un recordatorio de la fragilidad y la fuerza del amor. Frente a ellos, Ricardo y Elena los observaban expectantes. En un rincón, Cassandra y Paul destilaban veneno con cada gesto, sus rostros tensos como cuerdas al borde del quiebre.

—Expliquenme —ordenó Ricardo, su voz un trueno contenido que reverberó en las paredes, un eco de autoridad y duda.

La confesión de Enrique resonaba en su mente, pero sus ojos, cálidos y suplicantes, la instaban a mirar más allá del engaño. Enrique avanzó un paso, su traje gris proyectando una autoridad que ya no podía ocultar. Su mano rozó la de Leonela, un gesto fugaz pero cargado de promesas.

—Señor Fimbres —dijo, su voz firme, atravesada por un leve temblor humano—, amo a su hija. Estoy aquí para casarm
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