Leonela, con un jadeo, empujó a Enrique, sentándose en la cama, su rostro una mezcla de vergüenza y furia contenida.
—¿Qué carajos haces aquí? —susurró, su voz un torbellino de emociones.
Enrique, rodando a un lado con una risa suave, se apoyó en un codo, su sonrisa pícara ocultando el latido acelerado de su corazón.
—Bueno, Isadora anda merodeando, observándonos —dijo, su tono ligero pero urgente—. Tuve que quedarme aquí contigo. Si nos ve separados, tu hermana tendrá su prueba.
Leonela, aún con el corazón acelerado, frunció el ceño.
—¿Y por eso vas a usar mi baño? —espetó, cruzando los brazos sobre el pecho, consciente de lo expuesta que estaba.
Enrique, con un brillo desafiante en los ojos, se encogió de hombros.
—Debo dormir aquí. Si ella dice que no compartimos cama, nos descubrirá. —Hizo una pausa, su mirada recorriéndola con una mezcla de diversión y algo más profundo—. Además, la vista no es tan mala, ¿no?
Leonela, a punto de lanzar un comentario mordaz, fue interrumpida por un