Llegaron a una casa de paredes blancas y jardines impecables, el hogar de Leonela, un reflejo de su éxito y su soledad.
—Bueno —dijo ella, bajando del auto y girándose hacia Enrique—. ¿Necesitas que vayamos a buscar tus cosas o algo?
Enrique, mirando la casa con una expresión que mezclaba admiración y cálculo, negó con la cabeza.
—No, yo… pediré que me las traigan después —dijo, evasivo—. No puedo arriesgarme a que vea mi apartamento… o mis documentos, pensó, su mente girando. —Wow, qué bella casa —añadió, con una sonrisa que desviaba la conversación.
Leonela, entrando al vestíbulo, se detuvo.
—Oye, sobre lo de la boda doble… sé que es incómodo casarse en el mismo hotel donde estás trabajando —dijo, su voz suavizándose—. Debe ser raro.
Enrique, en su mente, soltó una risa amarga. Incómodo porque su secreto mejor guardado estaba precisamente en ese hotel. Con una sonrisa despreocupada, respondió:
—No es tan incómodo como tener una boda doble en compañía de tu ex, ¿no crees?
Leonela lo m