En casa, Víctor está acostado en su cama, con una expresión seria y frustrada. Mira al techo, intentando relajarse, pero hay algo que lo incomoda por dentro, algo más fuerte que cualquier cosa. Es como si una inquietud se apoderara de todo su cuerpo, palpitando en sus venas y sin darle tregua.
«¿Qué demonios es esto?», se pregunta, arrojando la almohada al suelo con rabia. Sus pensamientos viajan hacia una joven de cabellos rubios y ojos azules penetrantes, una mirada que lo hace perder el control de la situación cada vez que surge en su mente.
— Ah, rubiecita… —susurra, dejando escapar una respiración pesada.
Su cuerpo comienza a reaccionar al recordarla, y el calor invade cada músculo. Víctor traga en seco cuando la imagen de Marina con aquel baby-doll corto con la frase «Queridita de Mamá» viene a su mente.
El olor de su perfume sigue vivo en su memoria, un aroma delicado que lo embriaga y lo hace desear revivir aquellos momentos en Río de Janeiro. Cerrando los ojos, intenta buscar