Cuando Marina abre los ojos, la luz suave del amanecer ya comienza a penetrar por las cortinas de la habitación. El primer sonido que escucha es la leve respiración de Víctor a su lado, pero, al girar la cabeza para observarlo, se da cuenta de que él está acostado a una buena distancia. Eso la hace suspirar de alivio. El alivio, sin embargo, es más una defensa emocional que cualquier otra cosa. No quiere más ese tipo de cercanía que, en los últimos días, había comenzado a formarse entre ellos.
Marina se levanta lentamente, con cuidado de no despertarlo. Camina hasta el baño, hace su aseo matutino y se mira en el espejo por un momento más largo de lo habitual. Su rostro está cansado, reflejo de las noches mal dormidas y de las emociones turbulentas de los últimos días. Pero, detrás de ese cansancio, algo nuevo se insinúa: una decisión. No va a dejarse llevar más por esa montaña rusa emocional.
Al terminar, decide que tomar el desayuno en la habitación, al lado de Víctor, sería insoport