El trabajo no se detiene. Con cada hora que pasa, los dos se concentran más en lo que hacen y apenas prueban la cena. Además de imprimir las copias, necesitan organizarlas en las carpetas correctas. Cuando el reloj marca las cuatro y media de la madrugada, finalmente concluyen todo. Ambos están exhaustos.
— El juicio empieza a las nueve, así que es mejor que durmamos un poco — dice Víctor, quitándose el albornoz y revelando su bóxer blanco. En seguida, se acuesta en la cama. Marina se quedó estática ante aquella escena.
Él es el hombre más guapo y perfecto que ha visto en su vida, pero jamás lo admitiría en voz alta.
— Ven — la llama, al verla paralizada allí, frente a él.
— ¿No hay otro lugar donde pueda dormir? — pregunta ella, sintiendo cómo empieza a crecer el nerviosismo.
— No te preocupes, no te tocaré. Necesitamos estar despiertos antes de las ocho.
— Aun así, no me siento cómoda — insiste.
— Sé lo que estás pensando, rubiecita, pero créeme, la persona menos cómoda aquí soy yo.