Decidido a no desistir de sus intenciones, Víctor golpea la puerta del cuarto de Marina con firmeza, intentando despertarla.
— ¡Marina, ya llegué, abre la puerta! — ordena, con voz autoritaria, pero lo único que oye es el silencio del otro lado.
La falta de respuesta lo irrita profundamente, y sus pensamientos comienzan a cuestionarlo.
«Por el amor de Dios, ¿Víctor, de verdad estás corriendo detrás de una mujer?»
Al darse cuenta de lo vulnerable que está, de pie, frente a la puerta cerrada de una mujer, intenta recomponerse. Herido en su orgullo, se aleja, regresa a su habitación y se deja caer en la cama. Con los pensamientos ardiendo, se debate si debe o no terminar esa madrugada con su propia mano.
[…]
A la mañana siguiente, Marina despierta con el recuerdo de haber escuchado la voz de Víctor golpeando su puerta la noche anterior. El miedo a lo que podría haber pasado si le hubiera abierto dominó sus sentidos, y por eso decidió ignorarlo, pensando en su propia protección.
Se levant