Aunque la seguridad que le transmite su madre la conforta, la expresión de Amelie vuelve a tensarse. Se muerde el labio inferior, como si intentara reunir valor para decir lo que realmente le preocupa.
—¿Y papá? —pregunta, inquieta.
Marina sonríe suavemente, buscando tranquilizarla.
—No te preocupes por eso, amor. Hablaré con tu padre. Sabíamos que este momento llegaría, tarde o temprano.
—Pero no pareció nada contento cuando se enteró de que me gusta alguien —confiesa Amelie, suspirando.
—Tú conoces a tu padre, es celoso con todo el mundo, pero especialmente contigo, que eres la princesita de la casa.
—¿Crees que aceptará a Daniel? —pregunta con los ojos llenos de expectativa.
Marina frunce levemente el ceño, sorprendida.
—¿Daniel? ¿Ese es el nombre de tu novio?
—Sí —responde Amelie, con una leve sonrisa—. Estudia medicina y hace prácticas en la escuela de idiomas dos veces por semana.
—Vaya, parece ser muy inteligente —comenta Marina, impresionada.
—¡Y lo es, mamá! Estoy segura de q