Después de convencer a Marina de que podrían tener un bebé, Víctor se dedicaba con entusiasmo a concretar ese deseo. Cada vez que tenía una oportunidad de quedarse a solas con ella, no le daba tregua.
—Víctor, por favor, tienes una reunión en treinta minutos —dice ella, intentando contener la aprensión mientras lo ve cerrar la puerta de la oficina.
Él sonríe de lado, acercándose a ella con una mirada confiada.
—No te preocupes, mi amor. Ese tiempo es más que suficiente para nosotros —responde, sujetándola suavemente por la cintura.
Y así pasaron algunos meses, marcados por una ansiedad silenciosa que crecía con cada pequeño indicio. Cada vez que Marina sentía un leve malestar o notaba algún cambio en su cuerpo, la esperanza se encendía en los ojos de ambos, llenos de expectativas y sueños aún no concretados. Sin embargo, la llegada de la menstruación caía como un balde de agua fría, disolviendo las ilusiones y trayendo consigo una frustración difícil de disimular. Aun así, entre suspi