En la comisaría, el caos es evidente. La llegada de Joana Ferraz atrae a una multitud de periodistas y curiosos. Los reporteros rodean el coche policial que la trajo, mientras cámaras y micrófonos se extienden hacia ella. El ruido es ensordecedor, y las preguntas llegan de todos los lados:
—¿Señora Ferraz, realmente planeó quitarle la vida a su hijo?
—¿Qué tiene que decir sobre las acusaciones?
—¿Es cierto que confesó en el hospital que el objetivo era la novia?
Joana mantiene la cabeza erguida, pero su mirada es fría. No responde nada, solo avanza hacia el interior de la comisaría, escoltada por los agentes. Sin embargo, su porte altivo comienza a desmoronarse a medida que los flashes de las cámaras iluminan su rostro y el eco de las palabras «madre asesina» retumba a su alrededor.
Mientras tanto, la noticia adquiere proporciones devastadoras. Los titulares inundan los portales de noticias y las redes sociales:
«Socialité ordena el asesinato de su propio hijo el día de su boda.»
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