Mientras el coche de Rodrigo avanza a toda velocidad detrás de la ambulancia, Joana permanece inmóvil, con los ojos llenos de lágrimas. Observa la escena desarrollarse como una pesadilla, incapaz de apartar la mirada. Ver a su hijo favorito herido, sin saber cuán grave es su estado, le consume el corazón de angustia. Aun así, lo que más le duele es darse cuenta de que Rodrigo se marchó sin siquiera llamarla para que fuera con ellos.
Esa exclusión no pasa desapercibida para ella. Es como un cuchillo invisible que la hiere profundamente, cortando aún más la ya frágil conexión con sus hijos. El resentimiento se mezcla con la desesperación, creando una tormenta de emociones.
—Ellos prefirieron llevarse a esa zorra… —murmura para sí misma, mientras las lágrimas corren libremente por su rostro. —Era ella quien debería estar dentro de esa ambulancia, no mi hijo…
Sus manos tiemblan mientras intenta tomar el celular; el desespero es evidente en cada movimiento. Joana trata de entender qué sali