Es lunes por la mañana, y Marina despierta con la voz suave de su novio susurrando en su oído.
— Buenos días, rubiecita.
Antes incluso de abrir los ojos, una sonrisa aparece en sus labios. El calor de esa voz y los recuerdos del fin de semana en los brazos del hombre que ama hacen que su corazón lata con fuerza. Se gira lentamente en la cama, mientras su cabello cae sobre los hombros, y finalmente se encuentra con el rostro de Víctor.
— Buenos días, mi amor — responde con la voz aún ronca por el sueño. — ¿Qué hora es? —preguntó, buscando el celular en la mesita de noche, por pura costumbre.
Sosteniéndole la mano con delicadeza antes de que alcance el aparato, él la atrae hacia sí.
— Son las siete y media — responde, observándola con una sonrisa encantadora.
Marina suspira, aunque no puede esconder el brillo en los ojos al mirarlo. Víctor percibe su sutil movimiento para incorporarse y arquea una ceja, divertido.
— ¿Ya quieres levantarte tan temprano? — provoca.
— Es el comienzo de la