Cuando sale de la oficina de su hijo, Xavier lleva los puños cerrados de rabia. El nerviosismo en su cuerpo es evidente, siente la sangre palpitar con fuerza en las sienes. A cada paso busca algo contra lo que descargar su frustración, un objeto que golpear, cualquier cosa que le dé alivio ante esa ira insoportable. A su lado, Joana lo acompaña con el rostro pálido y la expresión torcida por la indignación.
— ¿Viste cómo nos trató? — murmura Joana, con los ojos chispeando de resentimiento y furia. — Desde el principio supe que esa plaga de muchacha solo traería problemas. No confié en ella desde el instante en que la vi.
Xavier asiente con la cabeza, con los labios comprimidos. Su mente hierve con lo ocurrido, pero Joana sigue, encendida, sin darse cuenta de que él ya se ha desconectado de sus quejas.
— Es una interesada, Xavier. ¡Lo sentí desde lejos! — insiste, apretando su abrigo. — Esa chica solo quiere nuestro dinero, quiere trepar en la vida, y no le importa usar a nuestro hijo