Los ojos de Marina vacilan con la respuesta de Víctor, y una punzada inesperada de esperanza brota en su pecho; sin embargo, la duda y el deseo también se mezclan en su mirada, y él lo percibe. Sin apartarla de la mesa, endereza el cuerpo, manteniéndola cerca y segura, como si no quisiera dejarla escapar.
— Dime, ¿a qué le temes? — pregunta él, con la voz grave y más suave de lo habitual, mientras la observa con un gesto lleno de curiosidad.
Marina titubea, pero, con una valentía recién descubierta, decide ser honesta.
— No es exactamente miedo — explica, intentando organizar sus sentimientos en palabras. — Es solo que… conozco tu estilo de vida. Siempre dejaste claro que no buscas nada más que… bueno, ya sabes… sexo. — Marina suspira, desviando la mirada antes de volver a encontrar la de él. — Nunca quise exigirte algo que no podías dar. Estaba dispuesta a aceptar tu manera de ser, pero ahora… después de lo que dijiste a mis padres, hablando de noviazgo… realmente no sé qué pensar.
V