Joana observa a Marina de arriba abajo, con una sonrisa disimulada en los labios, como si estuviera a punto de darle una lección.
— Conozco muy bien a mujeres como tú, querida —dice Joana, con una voz impregnada de una dulzura artificial—. Jóvenes, bonitas, ambiciosas… Entran en grandes empresas no solo para trabajar, sino para acercarse a hombres como mis hijos. Rodrigo y Víctor son excelentes oportunidades, ¿no te parece?
Marina siente el peso de las palabras, pero no se deja afectar. Se mantiene tranquila, mientras un brillo cortante se enciende en su mirada.
— Ah, señora Ferraz, qué interesante escuchar eso —comienza Marina, con un tono educado pero cargado de una sutil provocación—. Pero permítame aclararle algo: sí, tengo ambiciones, pero no incluyen depender de un hombre rico para alcanzarlas.
Sorprendida por la osadía de la respuesta, Joana se esfuerza por mantener su actitud altiva.
— Veo que tienes bastante confianza. Demasiada, quizás —responde, forzando una sonrisa—. Las m