Días después, el sol se filtraba tímidamente a través de las cortinas baratas del departamento, proyectando líneas doradas sobre el suelo ajado.
Ava abrió los ojos con lentitud, sintiendo un mareo sutil que la obligó a cerrar los párpados por unos segundos más.
Le dolía el cuerpo, como si no hubiera descansado en absoluto, y una sensación extraña en la parte baja del vientre la hizo llevarse una mano al abdomen.
“¿Ya estará pasando algo dentro de mí?”, pensó, con el corazón repiqueteando sin aviso.
Se sentó despacio, sintiendo la ropa arrugada aún sobre su cuerpo. No se había cambiado la noche anterior.
El cansancio del trabajo, sumado a su ansiedad, la había llevado a tirarse en la cama sin siquiera quitarse los zapatos.
Recordó vagamente a Ethan dejándola en la puerta, dándole una mirada cálida que ella trató de esquivar con una despedida rápida.
Él la miró esa expresión que a ella le revolvía el estómago de una forma que nada tenía que ver con náuseas. Ava había evitado mirarlo