Capítulo 30: Silencios y sorpresas

Ethan lo intentó.

Se sentó en el borde del sofá mientras Ava estaba recostada del otro lado, con las piernas cubiertas por una manta delgada y el celular firmemente entre las manos.

Él habló con voz amable, casi suplicante.

—¿Estás cómoda? —preguntó, observándola de reojo.

—Ajá —respondió ella sin levantar la vista.

—¿Y las náuseas? ¿Siguen igual?

—No mucho.

—¿Has vomitado hoy?

—No.

Cada palabra salía como si fuera parte de un guión aprendido. Ethan sintió que hablaba con un contestador automático, no con la mujer con la que compartía tantas memorias.

Pero lo que más le dolía era la forma en que ella sonreía sin siquiera mirarlo. Esa sonrisa… esa maldita sonrisa dirigida a algo —o más bien a alguien— que estaba al otro lado de la pantalla.

Ethan apretó los puños con fuerza. Su mandíbula también se tensó.

“No es posible que ese imbécil sea más importante que yo, maldita sea”, pensó con rabia.

No soportaba que Ava riera por algo que escribiera David, ese “simplón”, como solía llamarlo
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