Ethan la sintió romperse entre sus brazos y su corazón dio un vuelco.
Se incorporó rápidamente, con el rostro tenso, y comenzó a revisarla con manos temblorosas pero firmes, palpándole los brazos, el rostro, los costados.
—¿Te hizo daño? —preguntó con voz ronca, sus ojos buscaban ávidamente cualquier herida—. Dime que estás bien… por favor, Ava.
Ella negó con la cabeza, aunque el temblor de sus labios delataba su miedo.
—Estoy bien… lo juro… pero tú… —su voz se quebró de inmediato cuando notó la mancha roja en su hombro—. ¡Ethan, estás herido!
—No es nada —replicó él enseguida, forzando una sonrisa débil—. Solo un roce. He pasado cosas peores.
Ava tragó saliva, sin convencerse. Sus ojos recorrían la escena con creciente aprensión, como si temiera que algo más pudiera salir mal.
Y entonces lo vio.
Steven yacía en el suelo, inmóvil.
El grito escapó de sus labios antes de poder contenerlo:
—¡Steven!
Ethan se sobresaltó, girándose con los músculos tensos.
—¿Qué pasa? ¿Qué ocurrió?
Ella a